
“Cuando los adultos no lideran, las pantallas lo hacen.”
La película Adolescente, disponible en Netflix y dirigida por Christophe Charrier, es mucho más que una ficción juvenil. Es una radiografía cruda y urgente de lo que hoy ocurre en muchas aulas, hogares y entornos digitales.
1. Impacto de las redes sociales y los chats
Nos muestra cómo los espacios digitales, cuando carecen de límites y contención emocional, se convierten en un terreno fértil para la desconexión y la deshumanización. Se normalizan dinámicas de humillación y exposición pública, donde la burla es rutina y la violencia, espectáculo.
2. Bullying y la complicidad pasiva de la autoridad
Una escena que me impacta es la del profesor que presencia una agresión verbal y solo acierta a decir un tímido “ya para”. Esa intervención mínima no detiene la violencia: la valida. Es el reflejo de un liderazgo educativo desconectado, con autoridad emocional diluida. Además, la cultura escolar ha arrastrado por décadas la normalización del bullying como algo “natural”.
3. Desensibilización ante la violencia
Cuando los alumnos reciben la noticia de un asesinato entre compañeros y responden con risas, burlas y apatía, la desensibilización es evidente. Es la consecuencia de una generación saturada de violencia digital e hiperestímulo. La empatía colectiva está agotada.

4. Falta de liderazgo emocional en casa y en la escuela
La película retrata padres y maestros que no logran contener emocionalmente a los adolescentes. Esta pérdida de autoridad no es solo disciplinaria; es la ausencia de modelos emocionalmente presentes.
Cuando los adultos no lideran, las pantallas lo hacen. Y cuando los referentes son comunidades tóxicas o figuras distorsionadas como Andrew Tate, los vacíos emocionales se llenan de odio y desorientación.
Tate, con su discurso del 80/20 que sostiene que solo una minoría de hombres logra atención y validación, mientras la mayoría es invisible y rechazada, se convierte en un falso mentor para adolescentes vulnerables. Este tipo de narrativa alimenta el resentimiento y refuerza la idea de que la violencia o la dominación son respuestas legítimas frente al rechazo de las mujeres.
5. La espiral silenciosa del bullying invisible
Lo más inquietante es la violencia oculta:
• Mensajes cifrados en emojis.
• Comentarios que parecen inofensivos pero son ataques encubiertos.
• Códigos que ni los adultos más atentos logran detectar.
Los chats oscuros y las comunidades INCEL (hombres que se autodefinen como célibes involuntarios) ofrecen a jóvenes heridos una “tribu” distorsionada, un refugio en su vacío emocional que solo amplifica su resentimiento y odio.
Lo potente en la película es el acto del hijo que ayuda a su padre, policía, a decodificar ese lenguaje encriptado. Es una muestra de que la juventud puede ser puente… sí los adultos abrimos el espacio para el diálogo.
6. El liderazgo disociado
El joven que no logra influir en su vida real, que no siente pertenencia ni reconocimiento, se refugia en entornos virtuales que lo disocian emocionalmente. Lo que no puede enfrentar cara a cara lo ejecuta sin culpa desde una pantalla o incluso desde fuera de ella.
Acosar sin empatía. Agredir con símbolos que solo unos pocos entienden. Convertir la virtualidad en una barrera contra la conciencia moral es una alerta que no tiene notificación, solo queda estar atento a sus conductas de aislamiento y frustración de los hijos.

7. ¿Estamos preparados?
No es solo una alerta sobre la masculinidad tóxica que se refleja en la entrevista de la psicóloga. Es también un problema de las nuevas corrientes de pensamiento que distorsionan la construcción de la identidad. Esta película me hace un llamado a no simplificar las causas, a reconocer que los discursos radicales ultra liberales o ultra conservadores agravan la confusión y dejan a los jóvenes sin una brújula clara.
“Ignorar lo que no entendemos también es una forma de abandono.”
8. Doble ceguera
Mientras no veamos lo que está bajo la superficie: lenguaje oculto, violencia cifrada, emociones reprimidas, seguiremos perdiendo terreno.
La intervención ya no puede limitarse a un “uso responsable de la tecnología”. Debemos descifrar el código invisible que conecta y a la vez encierra a esta generación.
Cuando la violencia es silenciosa y normalizada… la probabilidad de que escale es mucho mayor.
“Basta un amigo que diga ‘Paren’, un maestro que escuche a tiempo, un líder juvenil que inspire a otros.”
¿Quién lidera hoy las conversaciones invisibles?
No basta con castigar o reaccionar. Necesitamos acompañar, decodificar y prevenir. Ignorar lo que no entendemos también es una forma de abandono.
Sigamos formando a esos jóvenes líderes que sepan protegerse y que sean capaces de frenar la espiral de violencia en sus entornos.
Basta un amigo que diga “Paren”, un maestro que escuche a tiempo, un líder juvenil que inspire a otros.
No es la popularidad ni los discursos extremos los que los definirán. Es la capacidad de liderar con sensibilidad, humanidad y coraje.
En mi caso sigo yendo por más jóvenes que lideren desde el respeto, que rompan la cadena de indiferencia y que sepan ver y actuar antes de que el código indescifrable estalle.
¿Estamos leyendo las señales invisibles de esta generación o seguimos perdiendo terreno?







