Líder o supervolcán
Escrito por:
Beatriz Manrique
CEO de Cinco Sentidos.
Lo anuncié: “Me voy a una experiencia a caballo a 3400 metros de altura, a hora y media de Quito”. Mis seres queridos se preocuparon por mi seguridad y los miedos transmitidos se quedaron rondando un tiempo en mi cabeza. Pero lo había decidido: era el momento de permitirme alcanzar nuevas alturas. Me preparé con la vestimenta adecuada: zapatos todo terreno, dos capas de ropa, medias de lana, y una buena chompa de frío. Calmé mis dudas y me entregué a la experiencia.
Nos recibió Felipe, el experto de los caballos, el que ama lo que hace. Nos dijo que previo a montar se debe establecer una relación con el caballo: “Sobas su cabeza, pones tu mano en la nariz y dejas que te huela”. Nos pusimos trajes de vaqueras andinas, poncho, zamarros (pantalones de cueros peludos) y casco de protección.
Me designaron a Carbón, mientras a mi amiga experimentada le dieron a Baltazar. Yo sobé la cabeza de carbón. Él olió mi mano, y nos fuimos. Carbón y yo íbamos al final. Felipe guiaba nuestra ruta. A veces, Felipe retrocedía para hacer que carbón acelerara el paso. “Él no se mueve muy rápido” – me dijo-, “siempre va al final, lo hace porque es el más experimentado; en cambio, el que va delante es el que abre camino”.
Carbón era el caballo de la experiencia, el que no “se avienta corriendo”, el que no arriesga ni desgasta esfuerzo en vano. Por otro lado, el que abre camino avanza rápidamente, adelante, primero siempre; pero ése no era mi caballo. En la experiencia te abandonas, descansas, te serenas, observas, escuchas, sigues las buenas iniciativas.
Carbón era el líder experimentado. Ir al final no implica no liderar, sino dejar que otros avancen y darles el soporte. A veces cuesta escuchar esa voz.
El viento sonaba tan fuerte que no alcanzaba a escuchar la explicación del guía de manera completa, así que decidí hacer que Carbón acelerara el paso y se ubicara junto a Felipe. Mi esfuerzo físico por hacer que Carbón avanzara junto al líder abridor me tenía con la respiración acelerada. “¡No hace caso!”, le lancé un grito a Felipe. Inmediatamente se dio la vuelta y se puso junto a mí: “El Carbón es una maravilla, pero hay que ponérsele al lado para hacerle que acelere”, dijo Felipe. Reflexioné: el rol estabilizador puede ponerte en una zona de confort donde formas un blindaje protector y ya no quieres arriesgar.
Yo no me quería perder la explicación. En realidad, a esas alturas ya estaba conectada conmigo misma y fusionada con el paisaje del páramo. Carbón detuvo su paso y volvió a ubicarse al final de la línea. A Carbón le daba igual la explicación del guía o mi propio esfuerzo para que él se moviera. Claro es que no se trataba de mí, nunca se trata del líder, se trata de la meta. Y él sabía que a ese paso llegaba a su destino.
A veces desgastamos energías innecesarias, nos llenamos de experiencias memorables que solo emocionan, pero no aportan al objetivo, nos distraemos fácilmente y hasta nos damos argumentos para justificar nuestras acciones que nos desvían de la meta.
Llegamos a la cumbre: “¡Amarremos los caballos!”, indicó Felipe, pero inmediatamente se voltea y me indica: “A él no hay que amarrarlo, ése se queda allí, es super confiable”.
Felipe sacó su botella de té de sunfo, una hierbita rastrera que crece en el páramo, 4 vasitos metálicos, y dijo: “Estamos sobre la caldera de Chalupas, uno de los volcanes activos más grandes dentro de los Andes del norte, a 3986 metros de altura”.
Había logrado descender a mi interior para elevarme 3986 metros. Me sentía un supervolcán, como le dicen a la caldera de chalupas.
Y tú, ¿te animas a subir más metros en tu vida?