
Hace unos días inicié una peregrinación con un grupo religioso a diversos sitios de Europa, un viaje que desde el principio prometía ser un regalo divino. Ahora me encuentro en un tren de regreso a Roma desde Asís, una ciudad profundamente ligada a la espiritualidad y el legado de dos grandes santos católicos: San Francisco y Santa Clara. Ambos vivieron en el siglo XIII, dejando no solo una huella indeleble en la Iglesia que literalmente reconstruyeron, sino también en los ideales que aún perduran, inspirando generaciones con su entrega y simplicidad.
Mientras el paisaje italiano se despliega por mi ventana, siento que la vida pasa como pasan los pueblos, los árboles y las montañas. Medito sobre la trascendencia de los lugares que he visitado y el significado que este viaje tiene en mi vida. Más allá de la belleza de lo tangible, este peregrinaje se ha convertido en un camino que me invita a reflexionar sobre el legado personal y las huellas que dejamos en este mundo. Estoy convencida de que cada parada, cada mirada al pasado, cada ajuste en el rumbo es una oportunidad para renovarnos, para avanzar con propósito y para aprender que el viaje de la vida, en sí mismo, es la verdadera recompensa. En este peregrinaje, paro mis pensamientos, hago matemática y reflexiono: Estoy por cumplir 60 años. Si vivo hasta los 80, que es la esperanza de vida al nacer en Ecuador para las mujeres, he consumido ya el 75 % de mi “vida útil”.

Mi peregrinar no ha sido un camino fácil. Ha habido subidas y bajadas, grandes alegrías y satisfacciones, pero también dolor y cansancio; momentos en los que incluso hubo un deseo de detenerse y rendirse. Esa es la esencia de la vida: una peregrinación constante, porque la vida no es un juego con un final definido y una única victoria; es un proceso continuo donde el objetivo es seguir jugando. Las metas que la vida nos presenta no son puntos finales, sino marcadores en un camino que no cesa. Son las diferentes paradas del tren que tenemos que tomar hasta el último aliento, y si dejamos de movernos, de adaptarnos, de peregrinar, corremos el riesgo de caernos.
Y es precisamente en esas caídas donde la sabiduría de Brené Brown se vuelve tan relevante. En Más fuerte que nunca, Brown destaca que levantarse después de una caída es vital para avanzar y aprender a través de la resiliencia. Lo que sucede es que nadie se enorgullece de sus quiebres, de sus caídas. Solo se publica gente linda y exitosa; porque las redes aguantan todo. Por eso a veces nos sentimos perdedores en este mundo de superestrellas, por eso sentimos que lo nuestro no es relevante, que no tenemos impacto.
¿Cómo seguir el camino en un entorno complejo?
En el viaje nos llegó la noticia del secuestro de un familiar de una compañera de peregrinación, como recordatorio de lo que estamos viviendo en Ecuador. Entonces me cuestiono: ¿Cómo poder dejar huella en un país donde sales y te puede pasar cualquier cosa? ¿Cómo sigo mi camino?. Creo que mi decisión está tomada: no permitir que el miedo se apodere de mi vida. La intencionalidad debe volverse mi mayor aliada. Aunque el entorno sea adverso, la capacidad de elección sobre cómo reaccionar y cómo contribuir al país sigue siendo mía.
Con el 25 % de “batería” restante, la pregunta es:
¿Puedo cumplir mi propósito?
¿Cómo saber si entiendo mi propósito?
¿Cómo saber cuál es el camino?
A fin de cuentas, hay que ser feliz. Más allá de la felicidad superficial, siguiendo la línea de Viktor Frankl, estoy segura de que el propósito no es algo que se encuentra, sino algo que se construye a través de la responsabilidad que asumimos hacia la vida y los demás. Creo que, como ecuatorianos, nuestro propósito es desafiar el sistema establecido, no dejarnos vencer por el miedo y crear algo que mejore la vida de todos. Estoy convencida de que la fe es primordial para lograr nuestro objetivo. El servicio desinteresado es también una de las vías para encontrar significado y propósito. Este viaje me ha ayudado a pausar mis pensamientos y darme tiempo para mirar hacia dentro, para enfrentar mis miedos y decidir no bajarme del tren hasta que se agote ese 25 %. Cada estación se irá revelando a medida que avanzo, y desde ahí buscaré conectar y contribuir; porque las conexiones humanas, la gratitud y la generosidad son fuentes inagotables de propósito y felicidad.
Aunque el futuro es importante, asumo vivir el presente con sus quiebres y alegrías, en un mundo polarizado y un Ecuador violento, pero mío, que me ha dado grandes momentos y que espero, con fe, que mis nietos puedan disfrutar también.








