En tiempos de turbulencia y violencia, me llegó a través de las redes sociales, el famoso discurso “La Hora de la Graduación”, pronunciado por el almirante William H. McRaven, en la Universidad de Texas por el año 2014. Creo que no es la primea vez que lo escucho, sin embargo, esta vez me tocó de manera diferente.
Hábitos poderosos
Su enfoque, de cómo el mero acto de hacer la cama en las mañanas puede tener un impacto en la vida cotidiana y en la construcción de hábitos poderosos, me llevó a hacer una analogía con el libro “Hábitos Atómicos”, donde el autor James Clear resalta la importancia de que pequeños cambios generalmente parecen no hacer la diferencia, pero si nos acercamos un 1% cada día a nuestra meta, lograremos resultados extraordinarios.
Al recordar este discurso, sentí que existen oportunidades, que hay una luz esperanzadora para reconstruir, transformar y sanar nuestra Nación. A través de la unidad y pequeñas acciones individuales que impacten a la colectividad, podemos lograrlo.
Todo empieza con pequeñas acciones
Ante desafíos abrumadores como los actuales, cuando sentimos que no hay nada a nuestro alcance que podamos hacer, que sólo nos queda esperar a ver quién puede gobernar esta Nación para que nos saquen del estado en que estamos, recordemos que cada acto, por pequeño que sea cuenta. Cada sonrisa, cada mano extendida, cada gesto de empatía, cualquier detalle positivo tiene el poder de cambiar la dirección del viento.
Ser cortés y amable en las interacciones diarias; con una sonrisa, usando palabras como “por favor” y “gracias”, puede marcar la diferencia en la vida de los demás.
Incluso, sólo con mirar a las personas a los ojos y sonreírles, podemos generar una conexión humana, un efecto positivo, que produce sentimientos de valoración y aprecio. Cada acción genera inspiración, convirtiéndose en una fuente de inspiración para otros.
Son esos pequeños actos, que dependen de nosotros, los que nos convierten en mejores personas. Tratemos de ver el corazón de la gente, no sus errores, dejemos el odio, la envidia, el egoísmo y perjuicio. Seamos parte del equipo que traza el camino hacia un futuro más pacífico y próspero.
Es momento de no nos creerse más que los demás y dejar de lado el abuso; estamos llamados a tener compasión y empatía en tiempos de crisis. Cada individuo, sin importar sus diferencias, puede aportar a reconstruir el País.
Mantenernos firmes, en nuestro propósito diario de cultivar el hábito de realizar pequeñas acciones de bondad, contribuye a crear ondas de esperanza que se expanden en toda la sociedad. Poco a poco, pero de forma efectiva se tenderán puentes de entendimiento que permitan superar divisiones, procurando un país más inclusivo, armónico y por ende menos violento.
El poder de la esperanza
Juntos, como una nación unida por la esperanza y guiada por pequeñas acciones consistentes, podemos transformar la adversidad en oportunidad y la oscuridad en luz. Empieza por ti, por mí, por todos nosotros. Empecemos por hacer la cama, por pequeñas elecciones diarias que reflejen la nación en la que soñamos vivir. Tengamos Fe en la capacidad de nuestra nación para sanar y prosperar.
La vida no siempre es justa, pero la capacidad de resistir es lo que define nuestra grandeza. La revolución de la esperanza comienza con nosotros, con la profunda creencia de que podemos construir un futuro mejor, tenemos el poder de hacer el cambio que nuestro país necesita.
En este momento, en que se escriben los capítulos más oscuros y violentos de la historia del Ecuador, no esperes a ver quién será el próximo presidente, el cambio empieza con cada uno, con pequeñas acciones que juntas suman la victoria y el renacimiento de una nación más fuerte más humana, donde podamos vivir con dignidad y sin miedo.