El legado de familia es un asunto complejo, que desafía nuestra comprensión y confronta nuestras percepciones.
A menudo, caemos en la trampa de las generalizaciones, adjudicando características y juicios a comunidades enteras, como es el caso de atribuir alegría a los costeños o calificar de ladronzuelos a algunos por su lugar de origen.
Estereotipos que vienen cargados de prejuicios y que raramente reflejan la realidad individual. Es dentro de este marco que debo confrontar mi propio estigma familiar, el cual parece contener todas las notas de una melodía temperamental.
Las leyendas que circulan sobre mi árbol genealógico pintan a figuras como personas de genio difícil, desde una madre cuyo enojo era legendario como maestra, hasta un abuelo cuya mera presencia imponía una atmósfera de temor absoluto.
Estas narrativas generacionales han tejido una reputación familiar, cuestionando si lo que heredamos es un mal genio por naturaleza o si simplemente replicamos lo que observamos en nuestro entorno más cercano.
Lamentablemente, las consecuencias de esta herencia no son triviales. La intolerancia y los estallidos de mal carácter muchas veces han dañado las relaciones familiares, provocando malentendidos y resentimientos que ensombrecieron mi infancia y dividieron dolorosamente a la familia.
Junto con estos dramas, convivía antagónicamente mi otra rama familiar, como un antídoto singular. Sin la pesada carga del mal genio, estos capítulos de mi historia estuvieron adornados con figuras como mi cariñoso abuelo, mi abuela adorada, mi padre cariñoso y mis primos con los que las peleas nunca trascendían y la vida era maravillosa .
El tiempo ha pasado y con él se han acumulado experiencias y recuerdos, dejando preguntas pendientes sobre cómo este legado me ha moldeado y qué puedo hacer para rediseñar el futuro que invariablemente construiré sobre las bases del pasado.
Reconociendo la herencia genética busqué comprender la raíz de esa dificultad para manejar las emociones en la familia y encontré dos libros que han sido una gran ayuda. “Deja de reaccionar” de Judith Siegel y “Nunca vuelvas a enfadarte ” de David J. Lieberman.
Ambos autores, coinciden en la importancia de la autobservación y el aprendizaje continuo sobre nuestras reacciones emocionales. Es importante comprender que, aunque no siempre podemos controlar lo que nos sucede, si podemos controlar como reaccionamos ante estas situaciones. Esto no solo mejora nuestra salud mental y física, sino que también puede llevar a relaciones interpersonales más sanas y satisfactorias.
Implementar las estrategias sugeridas por Siegel y Lieberman es desafiante al principio, especialmente cuando los patrones de respuesta emocional están profundamente arraigados. Sin embargo, con práctica y paciencia, es posible desarrollar una mayor consciencia de nuestros procesos emocionales y, en consecuencia, una mayor capacidad para gestionarlos de manera efectiva.
Es que la forma en la que reaccionamos no sólo afecta nuestro bienestar y salud, sino que también impacta significativamente en cómo nos perciben los demás. La ira mal manejada afecta significativamente el respeto y la confianza en nuestras relaciones, dañando las relaciones de familia, amistad e incluso laborales.
En última instancia, la ira no resuelve conflictos, sino que perpetúa un ciclo de reacciones negativas que obstruyen el progreso.
Lieberman, nos enseña que, al comprender el motivo de nuestras recciones, podemos romper con el ciclo y avanzar hacia relaciones más constructivas y gratificantes.
Rechazar la herencia familiar marcada por la ira requiere valentía, autoconciencia y un firme compromiso al cambio. Es fundamental entender que estos patrones no nos definen y que tenemos el poder de reescribir nuestra historia apoyándonos en prácticas como la meditación, terapia, o alejándonos incluso de situaciones difíciles para verlas desde una perspectiva distinta, menos emocional. Lo importantes es poder construir una nueva herencia de calma, comprensión y resiliencia.
Afrontar este proceso no es fácil, especialmente en épocas actuales de tanta zozobra, incertidumbre y caos que logran sacar lo peor de nosotros. Sin embargo, el legado de armonía y bienestar emocional que podemos crear para nosotros y las generaciones futuras vale toda la lucha.
Estoy convencida de que, a pesar de tener que navegar en turbulentas aguas de estereotipos familiares, todos somos capaces de construir un futuro diferente, con más paz y estabilidad emocional.