Imagínate llevar a tu equipo femenino al campeonato mundial y perder 0-1 en el ‘partido de la Inteligencia Emocional’. Este es el caso de Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol.
Rubiales dejándose llevar por la “euforia”, comete errores que lo hacen descender del pico del liderazgo. Besa a una jugadora en la boca y, previamente, realiza un gesto obsceno para celebrar el triunfo. Su posterior discurso de explicación y perdón, está cargado de emociones desequilibradas, evidencia una falta de empatía y liderazgo emocional. Inicia su declaración de disculpas y explicaciones agradeciendo el apoyo recibido, asegurando que son más las personas que lo apoyan que las que no. Esto plantea dudas sobre si Rubiales es realmente consciente de su comportamiento impulsivo. La primera habilidad en el liderazgo es la autoconciencia, la capacidad de reconocer tanto nuestras fallas como nuestros aciertos.
Dejo aquí un análisis que realicé del discurso de Rubiales y elementos para identificar comportamientos abusivos o manipuladores que a menudo pasan desapercibidos, especialmente cuando provienen de figuras de autoridad. El incidente nos recuerda algo crucial. En ciertos contextos, nos acostumbramos a aprobar comportamientos que, al reflexionar fuera de ese ambiente, reconocemos como inapropiados.
Minimización de un hecho:
Rubiales, al calificar su beso como ‘producto de la euforia’ y ‘consentido’, intenta minimizar tanto el acto como su impacto emocional y ético. Este tipo de justificación es típica cuando se quiere manipular la situación y que parezca menos seria de lo que realmente es.
Normalización:
Justifica su comportamiento como una ‘respuesta emocional natural’, resultado de la euforia del momento. Como máxima autoridad de la Federación Española, pedir un beso a una persona en una posición de menor poder es una clara ofensa y podría interpretarse como abuso de poder. En este caso, el individuo afectado podría encontrar difícil rechazar la solicitud debido a la dinámica de poder existente.
Desvío de atención y mal manejo de crisis:
Aleja la atención de sus propias acciones señalando a la prensa, al feminismo, alegando que siempre lo han perseguido y diciendo que son otros los responsables por la controversia generada, porque lo de él no es para tanto. Opta por confrontar y desafiar mostrando que no tiene capacidad para dialogar.
Victimización:
Al destacar sus innumerables contribuciones y el camino difícil y de persecución que ha tenido que recorrer, busca presentarse como una ‘víctima’ que merece simpatía más que censura.
Consolidación de su poder:
En el mismo discurso da ascensos, aumenta el salario de su gente clave y los hace asumir más responsabilidades, lo que suena más a acciones estratégicas para consolidar su poder y reducir la probabilidad de ser destituido.
Desconectado de la realidad:
Afirmar que está siendo ‘asesinado socialmente’ y comparar su situación con la de las víctimas de agresiones sexuales reales es alarmante y demuestra una falta de comprensión de las realidades y luchas ajenas.
El liderazgo no se juzga únicamente por los logros tangibles, sino también por la calidad de nuestras relaciones y nuestra capacidad para manejar nuestras emociones. A medida que asciendes en la escala del éxito, tu responsabilidad como modelo a seguir aumenta, y el margen para errores impulsivos que puedan dañar a otros se reduce.
En el campeonato del liderazgo, un mal beso y un gesto obsceno pueden bajarte de la cima. Rubiales nos enseña que no basta con llegar al pico del éxito deportivo si no sabemos manejar el pico de nuestras emociones, y valores. En el juego de liderar, el trofeo más valioso es liderar con inteligencia emocional para sacar lo mejor de ti y los demás.
Rubiales nos deja una lección crucial: el simple reconocimiento de un error ya no es suficiente. Debes sentir un genuino arrepentimiento y asumir completa responsabilidad por tus acciones. Además, es vital entender que ciertos comportamientos, antes quizás tolerados, hoy nos hacen retroceder como sociedad, familia, empresa y también en el deporte. ¿Te imaginas cómo sería si Rubiales hubiese mostrado un auténtico deseo de cambiar en su discurso? ¿Qué aspectos piensas que debería haber incluido para transformar su mea culpa en una lección de liderazgo?